Una mano atravesó mi pecho,
cruzó la tierra,
fundió el dolor,
partió mi canto lírico
en cuatro versos negros.
Jugó mi niña
una rayuela de cristal.
Ganó su suerte:
“el cielo”
y apostando una moneda
abrió sus manos
para encontrar de nuevo
un diamante de ilusión.
Bajó una estrella
a mis ojos apagados.
Brilló otro día
y la sorpresa de la luz
se acostumbró al milagro.
UNION HISPANOAMERICANA DE ESCRITORES